jueves, 17 de junio de 2010

El fluir de la música, Aqualáctica


El Centro Cultural Recoleta atrae por sus exposiciones culturales y sin querer buscarlo encanta por las artes que lo rodean. A pocos metros de la salida de allí existe una ambientación zen poco conocida. Este es el correr de Aqualáctica, un grupo de violinistas que exponen al aire libre, a lo largo y ancho del país su máxima expresión musical.




Los miembros que integran a Aqualáctica no son amigos, ni compañeros de la universidad o del trabajo, sino una familia. El sonido es atractivo, sus instrumentos extravagantes y sus nombres singulares: Gato, Risco, Lucía, Nagual y Jaspe. Ellos, cuentan con más de cuatro generaciones consecutivas de músicos, todo un legado familiar.


Las líneas de instrumentos de cuerdas electroacústicos son una creación de Gato Urbanski, el padre del grupo. Nacen a partir de sus propias necesidades como violinistas y son el resultado de su búsqueda constante de un sonido más puro, capaz de reproducir los colores y matices de la interpretación con la mayor fidelidad.


El estilo es una simbiosis de música étnica, jazz-rock y música de cámara. Sus obras nos dejan cautivar alternativamente por los arpegios, el protagonismo del arco y la fuerza de la percusión del pizzicato. Su música es un mar de energía que se hace sentir entre sus oyentes. La paz interior es su filosofía de vida y es lo que transmiten en cada función.


Entre tema y tema, uno de los músicos deja su puesto para ser reemplazado por otro y poder repartir en mano a los espectadores su primer CD. Éste abarca los primeros temas compuestos por Gato en el período en que sus hijos eran niños, así la música habla de aquellos momentos.


Distinta es la cultura artística que tiene Aqualáctica de los demás grupos musicales. El escenario es la naturaleza misma, la vestimenta no es de etiqueta, no hay sillas para los espectadores, no se cobran entradas, la iluminación la maneja el sol y si no los postes de luz municipales. No hay un show, sino una muestra de la pasión por la música. No se brilla para el público o para el mismo grupo de Aqualáctica, sino que existe un deseo de conexión entre todos, y a la vez es pura melomanía.


Aqualáctica, más que un grupo de músicos violinistas es un estilo de vida, donde se combina la pasión por la música, con la inspiración del hombre y su alrededor. La letra de sus creaciones es individual, la escribe cada uno mientras suenan los violines. Pero no para nada, el grupo toca cerca de los espacios culturales, ya que el público que concurre a estos lugares es de un espíritu artístisco alejado de lo comercial.


Además, los músicos peregrinan por el interior del país con sus instrumentos y su talento, y luego de cada gira vuelven a los espacios verdes de las plazas porteñas a seguir con la función.


La melodía no forma parte de los estereotipos que posee la sociedad actual, y a la vez se contrapone a esos estilos y costumbres repetitivas que se encuentran en cada ser humano. El sentido de esta música no se vincula con lo global, más bien, sólo puede fluir en lo singular.


Aqualáctica no busca salir en medios radiales, no lleva sus discos a las grandes productoras, no deja en manos de otros la construcción de su imagen ni de su trabajo. Ellos crean, arman, producen, se citan en espacios públicos, y tienen a sus seguidores. El público conoce a esta familia de artístas en vivo y en directo, su fama crece por el boca en boca. No hay un departamento de prensa, es la gente misma la que ocupa ese rol, y difunde que cada sábado a unos 50 metros apróximadamente del Centro Cultural Recoleta, a partir del mediodía comienza a sonar Aqualáctica hasta el anochecer.

Así, este grupo artístico pone "stop" a la vorágine cotidiana, y pone sus dedos sobre el "play" de sus instrumentos, que es una ayuda para dejar de correr los cinco o más sentidos en pos del encuentro con la plenitud, demostrando que el contacto con la música puede actuar el papel de espejo para quienes quieran observar su interior.
Por Lorena Franco
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